miércoles, 8 de julio de 2009

LAS HUELLAS DEL DELIRIO (CONCLUSIONES)

Conclusiones

I

La mayor crisis política del país durante el siglo XX llegó a su máxima expresión con el conflicto armado que se desarrolló entre 1980 y 1992. Este conflicto es un eslabón que conecta toda una historia de inestabilidad, intolerancia y represión política con una etapa de búsqueda de integración social y democracia. En efecto, la falta de un desenlace militar favorable para alguna de las partes genera condiciones para el proceso de negociación y la firma en 1992 de los Acuerdos de Paz. Esta solución política del conflicto abre un nuevo período histórico en el que los actores sociales entran en una nueva dinámica que tiene al inicio un componente de optimismo. No obstante, con el paso del tiempo y los problemas en el cumplimiento de los Acuerdos, este optimismo comienza a disminuir; se configura más bien un ambiente de incertidumbre y desconfianza social.

Durante este período de posguerra se desarrollan nuevas formas de violencia y nuevos fenómenos de exclusión social coincidentes con el proceso de globalización y el sentimiento anti-inmigrante que se agudiza en la década de los noventa y lo que va de la actual en los Estados Unidos, además de la crisis económica del país.

A manera de síntesis se pueden distinguir cuatro rasgos principales de la posguerra, a saber: (1) un nuevo escenario político, (2) diversificación de las formas de violencia, (3) consolidación del modelo económico neoliberal e (4) incremento de la migración y profundización de la ruptura del tejido social.

En el período de posguerra la cultura de violencia sufre una dramática mutación: del campo militar y político se desplaza a todas las esferas de la vida. La sociedad ve con impotencia cómo prolifera el crimen organizado, la violencia de las pandillas, las víctimas de la delincuencia y unas muy bien montadas estructuras delincuenciales en todo el país. Estos grupos utilizan los métodos y las tácticas de la guerra e incorporan la experiencia militar a las actividades delincuenciales con innegable éxito. A este escenario cabe agregarse la violencia estatal que mantiene bajo su control buena parte de las estructuras represivas que hacen difícil un proceso de transición democrática.
Por otra parte, hay un desencuentro entre el programa de ajuste estructural y la necesidad de un proyecto de nación incluyente y socialmente viable. Los nuevos grupos hegemónicos se apropian de los activos del Estado y crean la ilusión de un crecimiento macroeconómico beneficioso para todos los ciudadanos, a pesar que cada día hay más personas que caen en la extrema pobreza. Como efecto de ello se profundiza la desigualdad social, la migración, la pérdida de valores y la distorsión de los patrones culturales. Esto sugiere que la fe absoluta en el mercado conduce a la creación de políticas públicas destinadas a justificar y defender los intereses económicos de los nuevos grupos hegemónicos locales y transnacionales a costa de un proyecto de integración social con justicia y equidad.

Por último, durante el período de posguerra la migración no sólo se ha acentuado sino también se ha visto alentada por las políticas económicas neoliberales que empujan a miles de salvadoreños y salvadoreñas a salir del país. Al interior del país también se ha acentuado la migración del campo a la ciudad; en consecuencia se han acrecentado los anillos periféricos de pobreza y esto ha metido más presión a las ciudades más grandes.

En síntesis puede decirse que en el período de posguerra se configura una nueva situación donde los imaginarios sociales se ven marcados por la violencia en sus diversas manifestaciones; los nuevos grupos excluidos generan formas de identidad, solidaridad, defensa de sus intereses inmediatos y mecanismos de lucha por sobrevivir no siempre pacíficos. Las prácticas de la violencia organizada, amparadas en la impunidad, además de tender una compleja red funcional en las diferentes esferas de la sociedad, de sus instituciones y espacios, engendran una patología social de miedo e inseguridad. Al mismo tiempo el acelerado proceso de transculturación nos enfrenta con situaciones nuevas y con un cambio de valores que ya no es posible comprender al margen de los cambios a escala global.

En tal contexto la novela salvadoreña de este período recoge la experiencia vital de seres humanos reales que viven en la constante zozobra; en una suerte de lucha diaria por la existencia bajo la incertidumbre sobre el futuro.

II

Desde el punto de vista literario el período de posguerra hace posible la convergencia de varias experiencias estéticas que ya se venían insinuando desde las décadas anteriores.

Este hecho prefigura un diálogo de visiones artísticas que tienen gran relevancia para el desarrollo del género novelesco. Muestra de ello es que entre 1992 y 2002 ha habido una producción de novelas sin precedentes en la historia del país. El dato fehaciente es que se encontraron cuarenta y una novelas publicadas.

Por otra parte, el desplazamiento del testimonio por la ficción novelesca permite ya no representar, sino recrear motivos, temas y conflictos sin más límites que la capacidad creativa y la experiencia vital de los escritores. Sin embargo, la novela de este período expresa la nueva situación social con sus crisis asociadas: la crisis de la vida campesina que se teje a la sombra de las grandes ciudades con sus cinturones de pobreza, el drama de los nuevos grupos de desclasados que, agazapados en las periferias, buscan mil formas de sobrevivir, los nuevos tipos y formas de delincuencia, entre otros.

El nuevo espacio de la novela es la ciudad, ese caos moderno que impone su ritmo de vértigo y la ilusión de un microcosmos donde se encuentra todo. Se produce, en tal entorno, un cambio de perspectiva del novelista quien tiene ahora la posibilidad de imaginar otros mundos, recrear nuevos temas construyendo personajes con unos tipos humanos de perfil poco frecuente en la novela del período de la guerra: desmovilizados, exiliados, prostitutas, delincuentes, pícaros y mafiosos, desclasados, vagabundos, mujeres maltratadas y polémicos personajes históricos en su dimensión humana son los nuevos protagonistas de la novela.

En esta lógica, el fin de la guerra también significó, tanto la ruptura con una estética referencial que imponía el hecho político, militante, al principio de ficción propio de la naturaleza de la novela, como la irradiación de los nuevos problemas de la sociedad que se debate entre la crisis de la modernidad y el advenimiento de los nuevos paradigmas que sacuden los cimientos morales que le daban, hasta hace poco, sustento al principio de la dignidad humana.

III

La novela salvadoreña de los noventa recrea el escenario de la posguerra, a veces con dramatismo, a veces con desenfado y, las más, con cierto desencanto. Surgen, como se ha dicho, protagonistas que comportan una imagen muy relajada con respecto a los personajes de la literatura de períodos anteriores. Además, su espacio vital es la ciudad que impone de manera unilateral y fatal sus códigos de vigilancia.

El personaje citadino deviene antihéroe en un eterno retorno de lo idéntico (la violencia). Es importante destacar cómo el espacio literario de esta novela tiene una conexión significativa con la guerra: en cada espacio en que se mueven los personajes están los resabios del conflicto como telón de fondo. Justamente, la acción argumental, la imagen del hombre, el sentido de la historia, tienen su cordón umbilical en el conflicto; se diferencian no obstante de la narrativa del período de guerra, por su riqueza temática, su contenido no militante y unos valores cronotópicos distintos basados en el nuevo espacio urbano.

La confluencia de las experiencias estéticas abarca variados temas que van desde la re-escritura de la historia, el motivo erótico, las relaciones de género, motivos auto-biográficos, la violencia en todas sus manifestaciones, la infidelidad y temas amorosos. También hay novelas que rescatan la tradición popular como la leyenda, el caso y el mito al pintar un cuadro de costumbres donde conviven polémicamente el campo y la ciudad. Fuerza es decir que dichas tendencias están entroncadas con el devenir de la ficción novelesca hispanoamericana en general pero motivadas por una historia nacional que ha vivido los estragos de la guerra.

IV

Las novelas tomadas como objeto de estudio permiten hacer las siguientes consideraciones: en primer lugar, el tema histórico se ha remozado al ser tratado como material narrativo con una intencionalidad eminentemente literaria, pero sin perder la perspectiva desmitificadora muy necesaria para la comprensión del pasado de las sociedades. Cumplen este papel las novelas Tierra (1996) y Libro de los Desvaríos (1996) de Ricardo Lindo y Carlos Castro respectivamente. En ellas, el dato histórico y la ficción casi se identifican; el diálogo entre el pasado y el presente es un diálogo vital, una gran metáfora de la vida. Ciudad sin Memoria (Canales, 1996) también nos propone una perspectiva de la historia reciente de los conflictos políticos y, pese a ese sesgo ideológico que supera el plano estrictamente literario, es una novela de las luchas populares, germen del conflicto armado en El Salvador. Con estas novelas la literatura salvadoreña se conecta con la tendencia regional y latinoamericana que está proponiendo la nueva novela histórica.

En segundo lugar le recreación de la violencia y el desencanto por medio de la ficción novelesca, pone de relieve la muerte de la utopía al metaforizar las contradicciones de la vida actual y las nuevas prácticas sociales que se desarrollan dentro de puntos inestables como las calles y el barrio pobre. Es la ciudad desnuda, con todas sus miserias, el horror de sus calles, el desencuentro de sus habitantes y la pátina del tiempo lo que deja el paso de los personajes. Es importante hacer notar que la diégesis de estas obras refiere un panorama de conflicto general como espacio vital de los personajes. Ellos viven una sociedad fragmentada, confrontada, donde se impone la ciudad como microuniverso; viven el tiempo de la destrucción del idilio, y el desencanto.

V

La novela salvadoreña del período de posguerra está atravesada por valores cronotópicos que sitúan la acción y los personajes en tiempo y espacios concretos. Se trata de un tiempo dinámico, vertiginoso, comprimido, asociado a lugares que son significativos dentro del movimiento argumental. Entre el inicio y el final de la acción hay marcas de ese tiempo que tiene un carácter biográfico. Además, la acción se desarrolla en lugares como el apartamento, el umbral, el burdel, el bar, la morgue, la oficina, la cervecería que, a su vez, están asociados a motivos recurrentes como el encuentro, la separación, el crimen, el sexo, la búsqueda, el desengaño y la confrontación. Tres series se despliegan como ejes transversales del movimiento argumental: las series sexuales, la serie de la muerte y la serie de la infidelidad. Como rasgo común de las novelas analizadas está la destrucción del idilio.

La mayoría de las novelas tienen un carácter esencialmente urbano que desenmascara la vida cotidiana de la actual sociedad de posguerra: globalización, ensanchamiento del imaginario social de violencia, crisis profunda en las instituciones sociales tradicionales; en una palabra, la vida reducida a una rutina vacía de grandes acontecimientos y determinada por el ritmo vertiginoso del espacio urbano; espacio donde los nuevos actores sociales son maras, delincuentes, prostitutas, vagabundos, desmovilizados, desempleados, migrantes que generalmente tienen como centros de socialización el burdel, la cervecería o cualquier otro sitio del mundo suburbano. Ciertamente, se produce un tránsito espacio-temporal en donde se abandona el estereotipo del héroe guerrillero que baja de la montaña a morir valientemente junto a las grutas, el volcán o al pie de las ciudades.

En esta nueva novela se produce una lucha existencial del personaje ante las circunstancias cotidianas que rodean la vida de las grandes urbes y sus cinturones de pobreza. Se produce, pues, una novela con su propio cronotopo: el tiempo de búsqueda en la ciudad caótica.

VI

Por último este trabajo ha demostrado dos cosas más: primero, que entre 1992 y 2002 se produjo un resurgimiento de la narrativa salvadoreña como producto de una serie de factores entre los que se destacan la posibilidad concreta de utilizar la palabra novelesca con todas su plasticidad artístico-comunicativa; esto es posible gracias, por una parte, a la mayor conciencia que existe de la diferencia entre el trabajo estrictamente literario y la militancia en cualquier lado del espectro político-ideológico; por otra, al aprovechamiento de las distintas experiencias estéticas enriquecidas por la apertura de algunos espacios artísticos. Este renacimiento ha generado interés en el ámbito de los estudios latinoamericanos y, consecuentemente, en las empresas editoriales. A pesar de ello la literatura salvadoreña ocupa un espacio marginal tanto dentro como fuera del país.

Segundo, existe una enorme necesidad de hacer crítica de la literatura salvadoreña desde El Salvador mediante herramientas teóricas novedosas que insinúen nuevas perspectivas de estudio del fenómeno novelesco. Naturalmente ello implica salvar barreras como la falta de bibliografía actualizada, falta de una historiografía de la literatura salvadoreña y el escaso interés por la investigación literaria.

Por ello, este diálogo que se ha intentado establecer entre la historia literaria, la crítica y la novela ha sido provechoso pues, a nuestro juicio, señala nuevas rutas de investigación y deja claro, esperamos, que este trabajo exploratorio sólo es un acercamiento al complejo campo del estudio de la novela salvadoreña del período de posguerra. Por lo menos creemos haber contribuido modestamente al estudio de la novela salvadoreña, bastante desconocida hasta este momento en el ámbito nacional y regional. El reto que se plantea es, por decirlo al estilo de Arturo Arias, combatir el fantasma de las literaturas invisibles para que no se mueran solitas de pura tristeza.

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