lunes, 6 de julio de 2009

LAS HUELLAS DEL DELIRIO (CAPITULO DOS)



Con la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, tal como se ha sostenido, se inicia un período de transición política y de transformaciones institucionales sin precedentes en la historia de El Salvador. El Conflicto armado salvadoreño que surgió como producto de la crisis política, el cierre de los pocos espacios democráticos y la inviabilidad del Estado de Derecho, repercutió profundamente en todos los ámbitos de la vida social. Tanto el curso del desarrollo como el final de este conflicto constituyen fenómenos insólitos que pusieron al país ante desafíos dignos de un amplio ejercicio de creatividad.
En efecto, los Acuerdos de Paz inauguran un período contradictorio de transición democrática que se caracteriza principalmente por la inestabilidad y la cultura de violencia. En esta etapa que llamamos en este trabajo posguerra se desarrolla también un proceso de cambios prometedores en las instituciones jurídicas y políticas que repercuten en el complejo marco de las relaciones sociales y las prácticas culturales que tienen lugar en la vida cotidiana. Paralelamente a las transformaciones positivas se agudiza la crisis económica, la exclusión social, la delincuencia y una creciente percepción de desaliento ante las necesidades no satisfechas de distintos sectores.
Por otra parte, en el ámbito de la literatura, la posguerra tiene un impacto transformativo de trascendencia, pues se produce una confluencia de tendencias estéticas y valores que vienen a formar parte del nuevo espacio literario. En el terreno de la novela salvadoreña esta transformación se ve alimentada por la confluencia de por lo menos cuatro experiencias escriturales:

1) Escritores que vuelven de largos exilios con la expectativa de encontrar un espacio para la producción y publicación de su obra;

2) Escritores que vivieron en el país durante el conflicto armado dedicados a escribir y publicar otros géneros como la poesía y el cuento, pero después de los Acuerdos deciden aprovechar el nuevo espacio narrativo y escriben novelas;

3) Se conforma una generación de escritores literariamente jóvenes que publican sus primeras obras después de los Acuerdos y en las cuales se encontrará un trasfondo de la nueva situación aunque matizado con la rememoración del conflicto; y

4) Escritores radicados en otros países pero que publican sus novelas en El Salvador.

Temáticamente la novela de posguerra, en su conjunto, expresa la nueva situación social e histórica en un espacio narrativo que poco a poco se distingue del carácter testimonial e ideológico de las experiencias escriturales inmediatamente anteriores (la literatura de la guerra) aunque sin perder por ello su tendencia hacia el realismo, ahora, con un matiz de desencanto.
Por otra parte, la vida urbana y urbano-marginal desplaza al campo como espacio vital en el desarrollo de la acción narrativa. Este desplazamiento permite ficcionalizar a los personajes típicos de la nueva situación social que se mueven en el caos moderno de la ciudad en donde el paisaje deviene trasfondo, evocación nostálgica y desesperada en el movimiento argumental. Los personajes de la novela de posguerra tienen un perfil poco frecuente en la novelística anterior ya que se trata de desmovilizados, exiliados, prostitutas, delincuentes, personajes históricos cuya vida privada se hace pública y personajes mediáticos hechos a la medida de la comunicación de masas. Lo mismo ocurre con los temas y lugares que experimentaron un proceso de resignificación.

Estas transformaciones son la síntesis de un intento de ruptura estética con lo referencial; una búsqueda de nuevos medios y motivos de expresión novelesca que supone un cambio de la relación texto-contexto. Al texto ya no se le impone la fuerza de la militancia ni el poder de la censura porque el contexto ha cambiado y ha cambiado también el horizonte de expectativas. En otras palabras, la realidad sugiere nuevos temas y nuevos motivos como material para la creación literaria.

Ciertamente, varios estudios ya han sugerido algunas de estas transformaciones. Sin embargo creemos necesario hacer un acercamiento panorámico a la novela salvadoreña en el período de posguerra como punto de partida para el estudio de este género.

Las principales razones por las que se propuso un problema con este nivel de generalidad son, en primer lugar, la falta en la crítica actual, de un acercamiento panorámico al género que permitiera conocer y valorar en conjunto la producción novelística durante el período de posguerra; en segundo lugar, la existencia de una considerable cantidad de estudios específicos que, a pesar de su rigurosidad y relevancia, no abarcan las diferentes tendencias que sigue la novela salvadoreña en el período de posguerra y por lo tanto no da cuenta suficientemente de la diversidad de temas y motivos recurrentes de dicho género.

Con el término novela salvadoreña de posguerra entendemos la producción novelística de escritores salvadoreños de entre los años 1992 y 2002 que ha sido publicada en el país en el transcurso de dicho período. Nos decidimos por este calificativo dado que hasta el momento no hay una denominación basada en criterios estrictamente literarios que sea satisfactoria (Véase la crítica de Mackenbach, s. f.a).

A partir de lo anteriormente planteado se formulan las siguientes preguntas de investigación: (1) ¿hay evidencia de algunas tendencias y rasgos estéticos predominantes en la novela salvadoreña del período de posguerra? (2) ¿puede establecerse un corpus de novelas publicadas en El Salvador entre 1992 y 2002? y (3) ¿cuáles son algunos temas, motivos y lugares recurrentes en la producción novelística del período de posguerra?

1) Identificar algunas tendencias y rasgos estéticos predominantes de la novela salvadoreña del período de posguerra;
2) Elaborar el corpus de novelas publicadas en El Salvador durante el período de posguerra (1992-2002);
3) Identificar algunos temas, motivos y lugares recurrentes en la producción novelística del período de posguerra.

La crítica literaria no se ha ocupado con la profundidad y constancia que debiera, del fenómeno de la novela de posguerra en El Salvador. De hecho en el país hay una evidente carencia de estudios sobre la novela salvadoreña que permitan comprender su desarrollo histórico y las tradiciones que han alimentado la producción textual en este género. Ciertamente, la novela salvadoreña tiene una historia corta y no ha sido el género literario favorito de los escritores. Si nos atenemos a los pocos estudios existentes, nos daremos cuenta que las publicaciones han sido escasas y los trabajos críticos del género son todavía más escasos.
En lo referido específicamente a novelistas del período de posguerra se encuentran pocas referencias. Varios de los trabajos realizados constituyen acercamientos a obras específicas pero no consideran el contexto literario y, por lo tanto, no dan una idea de conjunto sobre la novela salvadoreña.

Los trabajos más destacados sobre algunos novelistas de posguerra son los de Lara-Martínez (1999) quien echa de menos no sólo el silencio de la crítica literaria estadounidense acerca de la producción literaria salvadoreña de la actualidad, sino también, y fundamentalmente, su persistencia en la canonización del discurso testimonial. Lara-Martínez orienta su crítica hacia la canonización de ciertos textos literarios y a la consecuente invisibilización de otros cuya tendencia estética se aparta de las tendencias (testimoniales) preferidas por dicha crítica.
Este autor ha publicado el trabajo más completo sobre la novela salvadoreña en el período de posguerra. En su estudio sobre la que llama nueva novela salvadoreña o nueva mimesis destaca el carácter autónomo de la novelística salvadoreña que ha abierto un nuevo espacio poético crítico que ha dejado de cumplir funciones pedagógicas o de concientización. Vista así, la novela como hecho de la escritura ha renunciado al realismo social que caracterizaba el testimonio y el motivo de la liberación nacional como eje rector teleológico ha dejado de existir.
Lara-Martínez (1999) propone por lo menos cuatro características de la novela de posguerra: (1) descripción de la violencia y marginalidad urbana, (2) historicismo (restauración del legado iluminista), (3) renovación del mestizaje americano y (4), un repliegue hacia una esfera más intima y subjetiva de la reflexión poética.

No obstante el carácter abarcador del estudio, no se podrían generalizar estas características a toda la producción novelística del período de posguerra sin someter a prueba estos conceptos en el contexto de un corpus más amplio y variado de novelas, algo que hasta el momento no se ha hecho.
En resumen, según la literatura revisada se han podido identificar las siguientes tendencias críticas de la literatura salvadoreña:

1) Estudios críticos de una sola novela de autor salvadoreño (Carballo, 2003; Cortez, s. f.b; Fallas, s. f; Hernández, 1995a, 1995b, 2001; Molina, 1997, 1998).

2) Estudios críticos sobre tendencias estéticas determinadas que abarcan a autores centroamericanos y cuyas conclusiones tienen pretensión de generalización (Cortez, s. f.b; Candelario, s.f.; Ortiz-Wallner, s.f.)

3) Estudios comparativos de la novela salvadoreña con un corpus textual relativamente amplio y diverso (Lara-Martínez, 1999).

4) Comentarios, reseñas editoriales, y diccionarios de autores (Aguilar, 2004; Cañas-Dinarte, 2002).

A nuestro modo de ver, las conclusiones de tales estudios, sin embargo, no abarcan la heterogeneidad temática de la novela salvadoreña en el período de posguerra; tampoco permiten identificar la temática recurrente y la forma en que aparecen los nuevos personajes típicos de una novela que se escribe desde un trasfondo de violencia, incertidumbre, desencanto y destrucción del medioambiente.

Se puede decir, entonces, que no se han hecho suficientes estudios sobre la novela salvadoreña de posguerra; que es necesario contar con un corpus textual tan completo como sea posible y que se necesita un estudio exploratorio sobre posibles tendencias y rasgos predominantes y posibles temas y motivos novelescos. Asimismo se requiere sistematizar el corpus textual de la novela salvadoreña del período de posguerra como paso previo a estudios más específicos. Por ello se justifica este trabajo de aproximación al género.

La relación entre novela y conflicto social no es nueva en El Salvador. De hecho, la literatura salvadoreña en general registra los más diversos acontecimientos históricos que han constituido el devenir de la sociedad. De tal manera que desde la novela costumbrista hasta la novela de posguerra se incorpora a la ficción narrativa una veta de realismo como constante.
Ciertamente, en la novela de finales de los sesenta y principios de los setenta las tensiones sociales y la conflictividad política se ven expresadas de manera clara en las obras más representativas. Escobar-Galindo, (1995), Gallegos-Valdés (1996) y Arias (1998) entre otros, nos dan una idea del panorama de la narrativa y los debates asociados al género novela en esta década. En Gallegos-Valdés y Arias se encuentran referencias a obras como Cenizas de Izalco (Alegría, 1997), El Valle de las Hamacas (Argueta, 1969), Una Grieta en el Agua (Escobar-Galindo, 1971), Caperucita en la Zona Roja, (Argueta, 1969), Pobrecito Poeta que era yo (Dalton, 1976) y Un Día en la Vida (Argueta, 1980) entre otras, como novelas que revelan la situación social como un motivo recurrente.

Cenizas de Izalco (Alegría, 1997) representa una transformación literaria que supera el realismo de la década de los sesenta y permite comprender la transición de la narrativa centroamericana que experimenta, a partir de entonces, no sólo una transformación temática y simbólica sino también de género: inaugura el desplazamiento de la poesía por la novela como género dominante (Arias, 1998).

Por su parte, Un Día el la Vida (Argueta, 1980) anuncia el carácter testimonial que tendrá la novela de los ochenta. Ésta es una novela de entronque entre dos períodos históricos: el de represión política y el de la guerra. Con esta obra se cierra un ciclo de la ficción novelesca previo a la guerra y toma fuerza lo testimonial como estrategia para expresar literariamente el drama del país. Esta tendencia testimonial tematiza el escenario de guerra, sus efectos colaterales y la ruptura del sistema de valores de la sociedad salvadoreña sometida a la represión, el terrorismo de Estado, el miedo y la violencia en todas sus expresiones; temas que serán el referente estético del período. Demás está decir que en este contexto específico el testimonio es una literatura de resistencia en la que se encarnan los ideales de la revolución.

A pesar de estas manifestaciones de vigor novelesco, este género entra en una franca decadencia durante la guerra debido, entre otras cosas, al exilio de los escritores, su militancia política, la necesidad de denunciar lo que ocurre en el país, la censura y en algunos casos la incorporación directa al movimiento revolucionario. Esta ruptura del género novelesco hace difícil fundar una tradición. De hecho, durante el conflicto hubo pocas publicaciones y una recepción bastante limitada, salvo el caso de algunas novelas avaladas o permitidas por el oficialismo y de otras que se publicaron en el extranjero y circularon en el país de forma semiclandestina.
Entre algunas obras de este período que se conocen podemos mencionar (Cañas-Dinarte, 2002; Gallegos Valdés, 1996): Álbum Familiar, (Alegría, 1982), No me agarran viva. La mujer salvadoreña en la lucha (Alegría, 1983), Dolor de Patria (Quezada, 1983). La Diáspora (Castellanos-Moya, 1989); Historia del Traidor de Nunca Jamás (Menjívar, 1985), una trilogía de novelas de José Roberto Cea compuesta por Ninel se fue a la Guerra (1990); Dime con Quién Andas y... (1989) y En este Paisito nos Tocó y no me Corro (1989); y dos novelas de Rodrigo Ezequiel Montejo: El Crimen del Parque Bolívar y La rebelión de Anastasio Aquino (1989). Desde el frente de guerra propiamente dicho, hasta donde sabemos, no se escribe novela; únicamente poesía, testimonio y cuento.

En su conjunto, estas novelas recrean la situación de guerra que no sólo sacude de súbito el tejido social sino también transforma profundamente las prácticas culturales y los imaginarios sociales. En este sentido la ficción novelesca arrastra las huellas de la pelea; nos muestra lo descarnado del conflicto y lo profundo de la división social.

Desde el punto de vista de la creación literaria esta división se manifiesta en las dos tendencias predominantes: por una parte está la narrativa de compromiso que engendra una obra subversiva; por otra, la literatura ligada a los círculos oficiales. En el primer caso el escritor, desde su militancia (física o espiritual), tiene como motivos recurrentes los acontecimientos asociados al horror de la violencia estatal, la organización revolucionaria de las masas (conducida por grupos de clase media y, excepcionalmente, obrera) y la gran utopía de construir el nuevo hombre. Por el lado del canon oficial, la creación literaria se corresponde con un proyecto estético esencialista y de evasión.

Este diálogo entre quienes propugnan por una estética basada en el compromiso y quienes defienden la estética desligada del hacer político e ideológico dominará el debate en torno a la forma de hacer novela (literatura en general) en un contexto de guerra. Sin embargo, a partir de 1986 aproximadamente, toma ímpetu otra línea estética que más tarde conformará una literatura de disidencia que rechaza la censura de izquierda y se convierte en una forma de denuncia de los excesos y errores dentro de las organizaciones revolucionarias. Esta tendencia se rebela contra la literatura partisana y anticipa así el carácter desenfadado de la novela de posguerra.

En efecto, la narrativa disidente que se propone deconstruir el mito guerrillero como ideal de nuevo hombre se inicia con dos trabajos de Castellanos-Moya; uno de relatos - de qué signo es usted Doña Berta (1981) - y su primera novela - La Diáspora (1989) - obras que develan las prácticas autoritarias, criminales y conspirativas al interior de las estructuras de la izquierda. Castellanos-Moya mantiene una misma línea narrativa en todos sus trabajos de narrativa durante la década de los ochenta pero su obra se da a conocer con mayor éxito a partir de la década de los noventa.

Otra novela que sigue en línea similar es Historia del Traidor de Nunca jamás (Menjívar, 1885) en la cual el autor se decanta por un formato cercano a la novela negra aunque deja entrever una especie de moraleja revolucionaria para quien se decide por la traición.
Por otra parte, hay también líneas estéticas marginales como la novela intimista de Yolanda C. Martínez quien escribe desde la década de los sesenta novelas que exaltan el amor y la soledad en un contexto de violencia.

Sin embargo, puede decirse, en términos generales, que entre las décadas de los sesenta y los ochenta el principio estético del compromiso acusa mayor presencia en el espacio poético-narrativo salvadoreño. En efecto, la llamada Generación Comprometida constituye un intento de fundar una tradición bajo el emblema del escritor comprometido. Su manifiesto señala que el escritor como conducta moral está obligado a escribir como piensa y a vivir como escribe debido a que tiene un compromiso con el pueblo y sus luchas liberadoras; en definitiva, tiene un compromiso con la revolución (Arias, 1998). Este principio expresa la utopía de la construcción de un nuevo sujeto histórico en el país: el sujeto revolucionario.

Seguramente por sus características fundacionales, su importancia literaria pero también por sus implicaciones políticas, la Generación Comprometida ha merecido la atención de algunos estudiosos de la literatura salvadoreña y también varias interpretaciones de sus visiones estéticas (Véanse Cea, 2002; Melgar-Brizuela, 2006).
Como ya se dijo, el principio del compromiso es la guía de acción de la Generación Comprometida, principal referente de la poética de compromiso. Aunque esta generación produce pocas novelas[1] pocos dudan de su importancia en la historia literaria salvadoreña.
Por otro lado, la escasa producción novelística durante la década de los ochenta se explica en parte, por el fenómeno de la censura de la ficción novelesca establecida por la situación de guerra que obliga a la transitividad, al militantismo del escritor; y en parte, por la necesidad de registrar la brutalidad de un conflicto que cobra la vida de miles de inocentes y dar testimonio de estas atrocidades ante los ojos del mundo. En tal sentido la literatura es un acto subversivo, testimonial y al mismo tiempo una herramienta de desenmascaramiento.

Después de los Acuerdos de Paz el escritor gana en libertad de creación y la novela se convierte en la palabra crítica que, desde miradas diferentes pero desembarazada de sus ataduras ideológicas o militantes, expresa la incertidumbre de la transición.
El escenario hasta aquí descrito resume, bastante esquemáticamente, un delicado período de transición en la historia de nuestro país y la forma en que la ficción novelesca se apropia de de éste como material narrativo.
A partir de los noventa la novela experimenta un giro y un resurgimiento significativo que se caracteriza por la coexistencia de propuestas y estilos narrativos que escapan a toda clasificación dogmática. Nuevos personajes y nuevas historias surgen, pero su existencia está marcada por el pasado y por el presente reales dentro de una nueva transición política del país. En esta nueva mimesis se destaca el recorrido vital como estrategia narrativa y como alegoría de una búsqueda de identidad social en un territorio, valga decirlo, marcadamente centroamericano que sirve de escenario a la acción narrativa. Lugares de convergencia, de tránsito, de crisis y de muerte caracterizan la acción argumental. El sujeto social que en ella aparece está imbuido en un mundo fragmentado y contradictorio; en una sociedad que lo subsume irremediablemente.

A pesar de ello, esta novela mantiene una clara conexión con la guerra; su argumento, la imagen del hombre y el sentido de la historia no podrían entenderse al margen del conflicto. La guerra como intertexto se convierte en el trasfondo que se devela en el relato, ya sea en forma de recuerdo o en forma de experimentación. Es cierto que hay una liberación de los antiguos cánones creativos y que las propuestas temáticas van desde lo erótico hasta la tradición popular como la leyenda, el caso y el mito en los cuales conviven polémicamente el campo y la ciudad. También es cierto que los temas son tratados con ironía, escepticismo, con cierto desencanto y a veces con una marcada angustia existencial. Pero la guerra está como punto de referencia de la actividad narrativa.

[1] Es sugerente que sólo tres de sus militantes hayan publicado novelas en la víspera (Roque Dalton, Manlio Argueta) y durante la guerra (José Roberto Cea) y que otros hayan hecho su incursión en el género hasta en la posguerra. Por ejemplo El Asma de Leviatán (Armijo, 1992), Lujuria Tropical (Quijada, 1996) y Ciudad sin Memoria (Canales, 1996) se escriben hasta después de los Acuerdos de Paz.

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