lunes, 6 de julio de 2009

LAS HUELLAS DEL DELIRIO (CAPITULO CUATRO)


Entre los estudios canónicos sobre la novela salvadoreña se destacan los realizados por Hugo Lindo (1948, 1960) y Luis Gallegos Valdés (1965, 1975, 1990, 1996). El primero publica dos artículos: Académicos en las letras salvadoreñas (1948), apuntes biográficos de cuarenta y seis autores de entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX en los que da noticia de algunos escritores de novela. En otro artículo titulado exigüidad de la novela salvadoreña (1960) trata los problemas relacionados con la escritura y publicación de novelas. Éste es un intento del autor salvadoreño por sistematizar algunos problemas relacionados con el género, su estatuto entre otros saberes y las limitantes que ya en la década de los cincuenta afrontaba.
Gallegos-Valdés (1965) publica poesía, novela y cuento en Centroamérica, un breve panorama de libros publicados en cada país en 1965. Diez años después publica Claude Roy y su apología de la novela (Gallegos-Valdés, 1975), artículo en donde expone su concepción del género y la amplia recepción de la novela en el contexto de la literatura universal de la década de los setenta. Panorama de la Literatura Salvadoreña (Gallegos-Valdés, 1996) es un estudio que incluye casi todos los géneros cultivados en El Salvador desde la época prehispánica. El valor y la calidad de este libro lo han convertido en un clásico de la historiografía literaria salvadoreña. Letras de Centroamericanas (Gallegos-Valdés, 1990) es un libro póstumo con el que parece culminar el proyecto regional de crítica e historiografía literarias en el cual el autor empeñó su últimos años.
Es importante referirse, aunque de manera breve, a los trabajos de estos críticos porque constituyen las bases de la historiografía y la crítica de la novela en El Salvador, así como de la comprensión del contexto en el que se ha desarrollado el género como práctica escritural.
En La exigüidad de la novela salvadoreña, Lindo (1960) problematiza la escasa producción novelística en El Salvador y las causas de su exigua recepción. Para esa época el autor se queja de la escasez de novelas, los problemas de producción, circulación y promoción de la novela debido a factores sociales, históricos, sicológicos, culturales y económicos. Aunque el autor no profundiza en el tema pues, lo advierte, se trata de un conjunto de anotaciones y cavilaciones sobre la novela en El Salvador, un aspecto importante es la preocupación por el estatuto de la novela entre las demás expresiones de la cultura y la necesidad de crear políticas editoriales y educativas que instauren el valor de la lectura. En cuanto a su concepción del género, dos aspectos relevantes se advierten: la superación del concepto tradicional de novela como entretenimiento y la influencia de las nuevas corrientes estético-narrativas alternativas a la tradición realista-costumbrista. De hecho, su visión de la novela como espacio telúrico y registro de la realidad social, también se extiende a la noción de época:
La importancia de la novela es enorme. No se trata, en los tiempos actuales, de un mero entretenimiento para ociosos. En la novela se recogen, quiérase o no, las modalidades e inquietudes de una sociedad, de una época (...) En la novela están el vestuario y el lenguaje, la preocupación sicológica, la enfermedad, todo el inmenso cruce de fuerzas que hacen de una sociedad, en un momento dado, lo que es y no otra cosa. Aun la novela menos documental es un documento (Lindo, 1960, 10)
Este concepto bastante moderno se comprende al tener en cuenta la renovación técnica y temática que ya este autor anticipa en la novelística salvadoreña y que va a tener su máxima expresión en la década de los setenta, decantando en una relativa pluralidad de modelos estéticos, riqueza temática y expresión artísticamente elaborada de los profundos cambios económicos, sociales y políticos del país.
Cinco años después, Gallegos-Valdés (1965) confirma la preocupación de Lindo sobre la exigüidad de la novela; pero agrega el problema de los nacionalismos y la impostergable necesidad de estudios regionales a fin de que Centroamérica conquiste su destino histórico ya previsto por Bolívar en su Carta de Jamaica al llamar al istmo centroamericano el emporio del universo. Para esta época ya se ven los efectos de las instituciones culturales a las cuales el autor les atribuye un aporte a la renovación académica e intelectual. En Claude Roy y su apología de la novela, Gallegos-Valdés (1975) comenta un ensayo del francés Claude Roy (Defensa de la literatura); expone sus ideas sobre la novela que para Gallegos-Valdés es el género cumbre de nuestra época y artículo de consumo en las sociedades modernas. Este trabajo nos remite a algunos parámetros teóricos y estéticos de la novelística salvadoreña de los setenta y la decisiva influencia de las metrópolis culturales en la educación artística de las periferias, así como las incipientes formas de resistencia perfiladas en un nacionalismo contestatario o en un regionalismo superficial.
En este estado de cosas, Gallegos-Valdés lleva a cabo un proyecto crítico-historiográfico de estudio general, panorámico de la literatura salvadoreña convirtiéndose en el más conocido historiógrafo de la literatura nacional al recorrer desde la época prehispánica hasta el escenario de la víspera de la guerra (1980). En efecto, su Panorama de la Literatura Salvadoreña (1996) abarca casi todos los géneros literarios y algunos no-literarios registrando abundantes datos y detalles de autores y obras. El capítulo XXX de Panorama de la Literatura Salvadoreña titulado La novela, sistematiza reseñas y comentarios sobre los novelistas salvadoreños; al mismo tiempo ubica el origen del género en 1880 con la publicación de Las Ruinas (1880) de F. Alfredo Alvarado, novela histórica que, según el crítico, cuenta los acontecimientos asociados al terremoto que asoló la ciudad de San Salvador por esos años.
Otras novelas del siglo XIX anotadas son las aventuras del gran Morajúa y los apuros de un francés (1896) de Hermógenes Alvarado, novela que ridiculiza algunas costumbres citadinas del siglo XIX y pone en evidencia el dialogo entre la metrópoli cultural (Francia, el viejo continente) y la periferia (El Salvador); El crimen de un rábula (1899) de Adrián Meléndez Arévalo es novela histórica nacional. Inician el Siglo XX dos novelas: Roca – Celis (1906-1908) de Manuel Delgado y Cosas del Terruño (1908), una novela nacional de Miguel Escamilla.
Tanto los trabajos de Lindo (1948, 1960) y Gallegos Valdés (1965, 1975, 1990, 1996) contribuyen de manera especial al estudio y comprensión de la novelística salvadoreña en su íntima vinculación con la búsqueda de un sentido de lo nacional por medio de la presencia obsesiva del paisaje (terruño) y el profundo lirismo de la ficción novelesca de estas décadas. Por ello, Lindo y Gallegos-Valdés pueden considerarse como de los primeros críticos de la novela salvadoreña; aquél, mediante sus apuntes sobre diversidad de temas, entre ellos la novela y su misma práctica como novelista. Éste, más ejercitado en la crítica, aunque influenciado por el preciosismo historiográfico, establece una ruptura en el espacio crítico-literario cuya mundividencia extranjerizante, para decirlo en las palabras de Lindo, contagia a los pocos críticos que miran hacia los Clásicos Universales e Hispanoamericanos.
Estos estudios corroboran el estatus marginal de la novela salvadoreña entre los demás géneros. Hasta la década de los ochenta, a pesar del optimismo de Gallegos-Valdés y por cuestionables que parezcan las causas que plantea Lindo, especialmente aquéllas que se refieren a razones de temperamento, ubicación geográfica y tradición artística, el espacio literario está dominado por la poesía y el cuento. La poesía mereció largos estudios historiográficos y significativos espacios en la vida cultural del país[1]; del cuento se publicaron varias antologías, prologadas y preparadas por académicos respetables.
A nivel regional las conclusiones no son muy diferentes. Los estudios de novela centroamericana realizados por Acevedo (1982) confirman el carácter bastante intermitente y anacrónico de las tradiciones literarias. Acevedo hace un recorrido histórico-crítico desde los gérmenes populvuheanos de la novela hasta 1940; da cuenta de los movimientos y tendencias literarias que han determinado la actividad novelística del istmo. Sugiere que en El Salvador, la novela tuvo un desarrollo tardío y nació bajo el signo del criollismo y del costumbrismo, siendo con Salarrué y Ramón González Montalvo que se puede hablar de la novela salvadoreña como Género. De hecho, en su estudio sólo toma las novelas El Cristo Negro, El Señor de la Burbuja, Íngrimo (Salarrué, 1927,1970); Las tinajas y Barbasco de González-Montalvo, autores que representan una tradición fundada en la vida del campo.
La crítica de la novela de posguerra
Se puede decir que hasta 1980 la novela salvadoreña se desarrolla bajo el influjo del costumbrismo (o criollismo), el realismo, el modernismo y la vanguardia que en la novela aparece con Claribel Alegría, Roque Dalton y Manlio Argueta, entre otros. Estos autores proponen una importante renovación técnica y temática, así como una postura política de carácter contestatario y de denuncia ante la difícil situación del país.
La ruptura histórica que el período de la guerra supone, también marca a nivel literario el desarrollo de otro género relativamente nuevo en El Salvador. En efecto, la literatura testimonial que surge en la década de los setenta, por razones explicadas ya en algunos trabajos (Véase Cortez, 1999), se convierte en la práctica escritural típica de la actividad político-cultural de denuncia y representación de la voz del subalterno lo cual opaca aún más la palabra novelesca del espacio literario. En este período una parte de la escasa crítica vuelve su mirada hacia la literatura de compromiso (el testimonio por ejemplo) de tal forma que se da mayor atención el texto militante de los mentores artísticos de la utopía revolucionaria. Otra parte promueve y defiende la novela que viene de los círculos oficiales más ligados a la derecha.
No obstante, a la sombra de estos extremos se desarrollan otras líneas narrativas marginales que no llaman la atención de los estudiosos de la literatura salvadoreña. Esta heterogeneidad del discurso literario se hace más evidente a partir de los Acuerdos de Paz (1992) que ponen fin, de cierto modo, a la censura de la palabra novelesca.
Efectivamente, en el período de posguerra se transforma el estatus de la ficción. La novela se mueve del margen al centro y se empieza a hablar de su aporte a la invención de una nueva identidad nacional (Roque-Baldovinos, 1999, 2004). Por otro lado, hay un desarrollo cuantitativo de la novelística, al mismo tiempo que se produce una eclosión de la labor crítica que propicia mayor acceso a estudios de gran relevancia (aunque en el contexto de la crítica centroamericana, la literatura salvadoreña sigue ocupando un espacio marginal). En los estudios críticos referidos a la narrativa salvadoreña en el período de posguerra ha tomado fuerza el debate sobre las características de la ficción, los criterios de clasificación de la novela, el carácter polifónico del discurso novelesco, la relación entre ficción e identidad nacional y el problema de la construcción del sujeto.
Este nuevo punto de vista de la crítica se ha proyectado, no obstante, sobre una parte del corpus textual. Por lo tanto no necesariamente expresa la heterogeneidad del imaginario estético en la posguerra ni explica satisfactoriamente, a nuestro juicio, la forma en que se intersecan diversas tradiciones estéticas. Consideramos que es necesario elaborar un registro completo del corpus de novelas del período en mención y hacer un trabajo comparativo sistemático para dar cuenta de la novela de posguerra.
Gran parte de la labor crítica la desarrollan estudiosos de otros países e intelectuales salvadoreños radicados permanente o transitoriamente en el extranjero. Los trabajos críticos desde El Salvador, aunque escasos, dan sin embargo, un aporte valioso al diálogo que busca profundizar el conocimiento de la literatura salvadoreña. Sin haber agotado seguramente la búsqueda, se ofrece aquí una breve reseña de los principales trabajos críticos relacionados con la novela salvadoreña en el período de posguerra.
En este conjunto bastante significativo de estudios sobre la novela salvadoreña pueden mencionarse los publicados en portales electrónicos y revistas, así como algunos libros de ensayos publicados en el país. Se destacan los trabajos que aparecen en ISTMO, revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos fundada en 2001 (Costa Rica) con el apoyo de The College of Wooster y Denison University, Ohio. Entre enero de 2001 y diciembre de 2004 había completado unas diez publicaciones en las cuales aparecen artículos y ensayos de algunas novelas salvadoreñas. Las revistas impresas salvadoreñas Cultura y ECA así como los diferentes congresos nacionales e internacionales sobre historia y literatura son también importantes fuentes de consulta.
Destacan los artículos El desencanto de Jacinta Escudos y la búsqueda fallida del placer (Cortez, s.f.b) reseña que interpreta la novela El Desencanto (Escudos, 2001) como un proyecto narrativo que impugna la construcción del placer desde la subjetividad masculina por medio de un recorrido antierótico y, finalmente, fracasado de la protagonista; y La ficción salvadoreña de fin de siglo: un espacio de reflexión sobre la realidad nacional (Cortez, 1999), ensayo de la narrativa salvadoreña que nos da un panorama sobre los dilemas de la teoría del testimonio en la posguerra y la forma en que el discurso narrativo se ha transformado. Este artículo toma entre los textos de estudio las novelas Baile con serpientes (Castellanos-Moya, 1996), Los héroes tienen sueño (Menjívar, 1998) y Libro de los desvaríos (Castro, 1996)[2].
En el primero, Cortez ve, en lo esencial, un proceso descentralizador en tanto que el centro como espacio indeseable no propicia el disfrute ni el placer por la hegemonía de la normas; el personaje se mueve hacia la periferia para experimentarlo libremente. En el segundo texto observa un proceso de desubjetivación crítica como forma de resistencia al lazo pasional que une al individuo con las normas; de libro de los desvaríos la autora señala la transferencia que se produce de la historia a la ficción para representar el proyecto neoliberal como un proyecto poco inclusivo, reafirmante del papel marginal de la mujer (véase también el ensayo de la autora titulado El papel de la historia y de la ficción en la construcción de una versión masculina de la identidad Nacional[3]).
En Estética del cinismo: la ficción centroamericana de posguerra Cortez (2000) intenta caracterizar la narrativa centroamericana actual con una propuesta que podría orientar el estudio de la ficción novelesca. Pese a que en este trabajo la autora hace un estudio comparativo de obras centroamericanas en las cuales sólo ha tomado entre la muestra tres cuentos de escritores salvadoreños, no puede abordarse la novela actual sin tenerlo presente debido a sus presupuestos teóricos.
Por otra parte, sobre libro de los desvaríos (Castro, 1996) encontramos otros estudios críticos como el de Molina (1997) titulado Novela, arraigo y Nihilismo cuya propuesta de análisis se basa en una mirada a la ficción desde una premisa filosófica abocada a los conceptos tradicionales de literatura e identidad nacional; en este artículo el autor expone que
el elemento más criticable [de la obra] es la continua referencia a los acontecimientos europeos que no dejan de sentirse ajenos a lo salvadoreño [por lo tanto]... Más que decirnos lo que de Barrios tenemos, se nos invita a descubrir lo que nunca hemos sido (Molina, 1997: 167, 168).
También, libro de los desvaríos ha merecido la crítica de Lara-Martínez (1999) cuyas conclusiones refieren a una recuperación de los fundamentos liberales, laicos de la nación salvadoreña y a un proyecto narrativo que inicia la tentativa de definir la conciencia mestiza liberal por medio del saber sobre ese otro mundo llamado Europa.
Por otro lado, en el artículo, La novela “Tierra” de Ricardo Lindo, una nueva Crónica de Indias, Fallas (s.f.) analiza la forma en que se entroncan la historia y la ficción, así como los tiempos indígena y español en la novela Tierra (Lindo, 1996) en donde el tiempo y el espacio tienen una relación intrincada configurándose una plurivocidad y un dialogismo que permiten varias perspectivas de los hechos. Fallas encuentra en la obra una propuesta narrativa de creación de un relato verosímil de la conquista de El Salvador y de un retrato más acabado y más cercano de Pedro de Alvarado por medio de un narrador que se transmuta. A este respecto Mackenbach (s.f.b) en su estudio titulado La nueva novela histórica en Nicaragua y Centroamérica, en breve alusión a Tierra encuentra un rasgo de inverosimilitud, una ficción no y hasta anti-mimética, así como una suspensión de los límites entre ficción y realidad/historia y el abandono definitivo de una verdad histórica. También Lara-Martínez (1999) analiza el contenido de esta novela, concluyendo que se trata de un proyecto narrativo entroncado entre el panteísmo sefardita y el animismo maya-pipil matizado con la filosofía neoplatónica en un estilo lezamaneano.
En Desencuentros en Sociología Estética: Francisco Andrés Escobar, Centroamérica y el centroamericanismo Lara-Martínez, (s.f.) analiza una de las novelas más experimentales del período en estudio; se trata de La Lira, la Cruz y la Sombra (Escobar, 2001). El crítico ve en esta obra una revelación de la función social insospechada que recubre la poesía de Espino[4] y un elemento de identidad a pesar de la marginación que ha tenido su poesía entre los estudiosos centroamericanistas.
Por otra parte Hernández (1995a) en su artículo, El Salvador: literatura y exilio analiza cómo en las últimas obras de Manlio Argueta continúa vigente el vínculo entre la temática del exilio y el contexto social de violencia política en El Salvador (1980-1992), así como la tradición dictatorial en el país. Se refiere a Argueta como el más universal de los escritores salvadoreños con una narrativa, ética, estética, y vivencialmente equilibrada que sintetiza el tiempo y el espacio salvadoreños de la segunda mitad del siglo XX lo cual inaugura una nueva categoría de forma y contenido en la literatura nacional.
En otro de sus ensayos (Novelística de Manlio Argueta), Hernández (1995b) sostiene que la narrativa argueteana se caracteriza por una continuidad cualitativa en espiral ascendente que tiene en la continuidad político-social su mejor referente, aspecto que no impide la atmósfera mítica del relato; o sea, la intertextualidad con el realismo mágico-maravilloso cuyo centro gravitacional es el barrio pobre. Estos planteamientos los pretende demostrar en su análisis de la novela de Argueta Milagro de la Paz (1995).
Hernández identifica a la mujer como protagonista principal de la trama de esta novela. Hace alusión a los simbolismos de la obra, tanto femeninos como masculinos: el volcán tiene un poder curativo y reproductivo; las estrellas y las flores son la ternura y el sentimiento. El crítico sugiere que la obra tiene un final amplio e incierto; atribuye este rasgo como distintivo de la ficción en el período de posguerra.
En otro ensayo titulado Siglo de O(g)ro de Manlio Argueta, bio-novela, literatura y testimonio, Hernández (2001) ve en la novela Siglo de O(g)ro (Argueta, 1997) un juego intertextual que supera las fronteras tradicionales de los géneros y una continuidad del proyecto narrativo argueteano afincado en el mito y en la cultura popular indígena; a juicio de Hernández con ello alcanza una dimensión restablecedora de la memoria nacional reprimida que se dota de una nueva función terapéutica ya que en la reconstrucción de figuras o relatos mitológicos, se produce un excedente dotador de identidades; un caudaloso potencial poético.
Por otra parte, un artículo publicado por Molina (1998) titulado Crítica literaria y crítica de la realidad se analiza la novela El Asco. Thomas Bernhard en San Salvador (Castellanos-Moya, 1997). Aquí Molina compara esta novela con la obra poética de Roque Dalton partiendo de que a la ficción se le impone, como deber, una crítica propositiva que no está presente en la obra de Castellanos Moya porque la crítica de Vega (personaje de El asco) es extremista: se trata de un mediocre como crítico de la realidad que falla justo en el aspecto central: la presunta racionalidad y objetividad de su crítica. Molina concluye que en El Asco. Thomas Bernhard en San Salvador (en adelante El asco) no hay una crítica de lo real en tanto está ausente una propuesta de transformación; por lo tanto, se convierte en auténtico nihilismo y toda literatura que no sea fiel a la realidad no sirve para nada.
Esta propuesta funcionalista que de la literatura asume Molina (1998) nos remite a los viejos paradigmas sobre la relación literatura y realidad con los cuales se perspectivizó la crítica y la misma creación literaria en la década de los ochenta. También el hecho de atribuirle un carácter propositivo a la ficción tiene que ver con el enfoque utopista del hacer literario, más en la línea del ahora cuestionado canon testimonial. Habría que preguntarse si la ficción literaria debe ser, necesariamente, una reconstrucción utópica de la realidad.
Por otra, parte hay trabajos de crítica comparada que interesa destacar. Varios de ellos han tomado del corpus novelístico centroamericano algunas novelas salvadoreñas; otros seleccionan cuentos de autores salvadoreños. También hay estudios que sin referirse propiamente a novelas salvadoreñas, elaboran interesantes propuestas teóricas sobre la literatura centroamericana actual. Entre los trabajos considerados más completos por cuanto buscan una comprensión general de la ficción centroamericana en el período de posguerra tomando la experiencia escritural salvadoreña, se podrían mencionar algunos de la ya citada Cortez y otros ensayos de Sheila Candelario y Alexandra Ortiz Wallner que retomaremos adelante.
En El Salvador, los más destacados críticos son Ricardo Roque Baldovinos quien ha publicado varios ensayos que si bien, no se refieren específicamente a la novela, problematizan de manera consistente la ficción en el nuevo espacio cultural salvadoreño en artículos aparecidos en varias revistas y en su libro de ensayos (Roque-Baldovinos, 2001).
Sin duda es Rafael Lara Martínez quien marca un hito en la crítica de la novela salvadoreña actual estudiando, desde los novelistas canónicos, hasta los que ocupan ese otro margen creado a partir del olvido por la crítica, de una importante producción novelística. Su enfoque crítico-antropológico parte de una oposición entre el testimonio como experiencia escritural fundante del mito guerrillero y la novela que se ha deslindado como género autónomo e iconoclasta.
Por su parte, el crítico alemán Werner Mackenbach ha escrito varios ensayos cuyo carácter polémico nos interesa particularmente[5].
Proponemos una reseña de estos estudios críticos para dar una idea general del estado de la cuestión sobre la crítica de la novela salvadoreña del período de posguerra.
Los ensayos La Ficción salvadoreña de fin de siglo: Un espacio de reflexión sobre la realidad nacional; Estética del cinismo: la ficción centroamericana de posguerra; y La estética pasional en la poesía de Roque Dalton, Roger Lindo y Miguel Huezo Mixto (Cortez, 1999, 2000, 2004) constituyen un acercamiento importante a la literatura salvadoreña.
En el primero, como se ha mencionado anteriormente, Cortez aborda la ficción narrativa en una doble perspectiva: como un proyecto descentralizador que sugiere que en algunos textos hay un tránsito del centro a la periferia y como un proceso de desubjetivación crítica del sujeto que se afirma sujetándose a las normas o mediante la destrucción del cuerpo. En su segundo ensayo, partiendo de los textos prohibido vivir de Salvador Canjura, Indolencia de Horacio Castellanos Moya, Vaca de Claudia Hernández y ningún lugar es sagrado del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, desarrolla la idea de una estética del cinismo en donde expone que dichos textos exploran los deseos más oscuros del individuo, sus pasiones, su desencanto causado por la pérdida de los proyectos utópicos que antes dieron sentido a su vida y su interacción con un mundo de violencia y caos.
Cortez (2000) sugiere que la ficción de posguerra está marcada por una agenda del cinismo que se opone al pesimismo y que permite comprender cómo la ficción explora la intimidad y la negociación de la subjetividad en el espacio urbano; defiende la tesis que es la pasión la que mueve al individuo más allá de la razón o de su consideración de los valores morales de cualquier tipo y que es en la anonimidad en donde el individuo puede negociar con algunos valores y experimentar la pasión como una forma de darle sentido a una vida desencantada en una sociedad caracterizada por la rigidez. Su tesis es que la posguerra en Centroamérica es un momento de desencanto, pero es también una oportunidad para explorar la representación contemporánea de la intimidad y de la construcción de la subjetividad en la producción de ficción.
Esta tesis ilustra un nuevo tipo de personajes en la narrativa que podríamos llamar personajes de la pasión y del desencanto ya que para Cortez (2000) es precisamente en estas dimensiones en donde se mueven los héroes o antihéroes de la ficción cuyas búsquedas en la ciudad como microuniverso también sugieren una problematización del concepto de identidad nacional.
En el último de sus ensayos mencionados en estos párrafos Cortez (2004) sustituye el concepto de estética del cinismo por el de estética de la pasión y mediante el análisis de algunas muestras poéticas de los autores que alude, pretende demostrar que la pasión es el motivo fundamental que ha permitido a éstos elaborar sus agendas y al mismo tiempo transitar entre la memoria y el olvido como estrategias de creación poética. Esta agenda del cinismo-dice la autora- es una fuerza demoledora y a la vez edificante, es un medio para sobreponerse al pesimismo agobiante de un mundo marcado por el desencanto (Cortez, 2004).
En términos generales el pensamiento crítico de Cortez con respecto a la narrativa de posguerra tiene como hilo conductor la idea de la pasión como horizonte que domina a los personajes y la fuga hacia el margen como forma de impugnación del centro indeseable. De ser correcta su tesis estaríamos ante una especie de restitución y reelaboración de motivos románticos como centro gravitacional de la ficción en el período de posguerra. Sin embargo, tendría que verse si tal propuesta se ajusta a las características de las nuevas prácticas escriturales de El Salvador y, en general, en la ficción centroamericana en el período de posguerra.
Por su parte Candelario (s.f.) en su ensayo Violencia, globalización y literatura: o el dilema del eterno retorno en El Salvador ha estudiado algunos textos novelescos desde la visión nietzscheana del eterno retorno de lo mismo. Analiza las estrategias discursivas de las obras El arma en el hombre (Castellanos-Moya, 2001), Instrucciones para vivir sin piel (Menjívar, s.f.), y mediodía sin frontera (Hernández, 2002). Desde su punto vista los personajes de la ficción están más cerca de un existencialismo, situados como centro y objeto de una colisión entre el pasado y el presente.
Candelario (s.f.) concluye que en estas obras subyace una inaccesibilidad a los múltiples espacios estructural-culturales cuyo movimiento vertiginoso, lenguaje y formas se tornan irrepresentables, inalcanzables ante el imaginario de su creador, produciéndose entonces una distancia intersecada por los medios de comunicación masiva, la ironía (relativismo mónada según la autora) y la transmutación de la violencia cuyo destinatario es el cuerpo. En efecto, Candelario ve el cuerpo como espacio, esencia y conducto de toda manifestación de violencia en la sociedad posguerra:
En la literatura examinada se descubre el movimiento circular de la violencia como esencia suspendida en el vacío de su autoconciencia histórica, tal y como Nietzsche imagina al sujeto desprovisto de toda memoria y voluntad en el acto de su eterna recurrencia aunque esta le sea revelada. La violencia como un ente, develada como esencia, asume sus diversas identidades dentro de circunstancias históricas variables, en infinitas manifestaciones desde un presente preñado de pasados que se repiten infinitamente sin pretender un futuro aunque se anhele (Candelario, s. f.).
Podemos entender de su ensayo que la narrativa actual expresa la violencia como constante histórica que está íntimamente ligada a los procesos sociales y políticos; a la cultura de represión y miedo que ha caracterizado el devenir de la nación salvadoreña y que en los tiempos de paz sigue como el epicentro de la sociedad y cotidianidad de posguerra.
Ortiz-Wallner (s.f.), por su lado, en su ensayo Transiciones democráticas/transiciones literarias. Sobre la novela Centroamericana de posguerra sostiene que en la etapa posbélica el discurso de la democratización se convierte en un espacio de transición histórica, el principal, dentro de los espacios discursivos que se han ido construyendo simultáneamente. En oposición a este discurso, encontramos, según la autora, el discurso contestatario.
Ortiz-Wallner (s.f.) sugiere que la posguerra abre un proceso de transición literaria en los países que vivieron un conflicto armado; proceso que tiene continuidades y rupturas, oponiéndose a la tradición del testimonio. Esta autora analiza tres novelas de autores centroamericanos entre las cuales está Baile con Serpientes de Castellanos-Moya (1996). En su ensayo Ortiz-Wallner (s.f.) explica cómo el recorrido de Eduardo Sosa (personaje principal de la novela) se vive tanto en las calles de la ciudad como en el mundo interior del personaje transmutado, disuelto en el espacio del otro asaltado previamente. Para esta crítica la acción y el recorrido de los personajes se localiza en la ciudad en donde el miasma del conflicto bélico todavía es un fresco patético de la violencia. Destaca que como parte del proceso literario inaugurado en la posguerra el discurso literario se ve trastocado.
Ricardo Roque Baldovinos (1999, 2000, 2004) ha hecho una permanente labor crítica en el país. No obstante que sus temas de interés sean los relacionados con la literatura salvadoreña del siglo XIX y otros escritores paradigmáticos del XX, ha publicado varios artículos en donde reflexiona acerca de la ficción salvadoreña y su relación con los procesos sociales.
Quizás los más destacados de sus artículos que nos son pertinentes sean Reconsiderando la literatura testimonial y El derecho a la ficción. En el primero expone como tesis central el dilema del testimonio frente a las imposiciones extraliterarias y las convenciones artísticas en un contexto en el cual los Acuerdos de Paz han transformado el horizonte de recepción de la literatura. Roque-Baldovinos acuña su tesis con el análisis de la novela No me agarran viva. La mujer salvadoreña en la lucha (Alegría, 1883). Aquí Roque-Baldovinos (1999) sostiene que el discurso testimonial convencional se ha debilitado ante la nueva generación de lectores que viven otra etapa de la historia del país.
En su segundo artículo Roque Baldovinos (2000) expone la relación entre literatura e identidad. Propone la noción de identidad como ficción, como un metarrelato a través del cual, en un permanente diálogo de ficciones, se crea y se recrea la nación. Para el crítico la nación se inventa como un decantado de historias y memorias, de dominación y resistencia, de opresión y liberación. En esta re-invención, los géneros narrativos como parte del espacio literario juegan un papel importante por ser la práctica social que eleva esta realidad a un mayor grado de elaboración, complejidad y prospección.
Refiriéndose al espacio literario actual, el crítico nostalgia el componente utópico de la literatura y lamenta que, en medio de tanta publicidad y estereotipias sobre la identidad, la ficción literaria salvadoreña actual comporte una pobre exploración de los sentidos debido al ensimismamiento del escritor; en algunos casos, un realismo mecánico-descriptivo que no trasciende de mera representación social. Acusa una falta de elaboración artística del material social[6].
Lara-Martínez (1999) realiza un trabajo de crítica permanente de la literatura nacional. Sus ensayos recorren varios géneros literarios y su citado libro de ensayos nos propone un recorrido por la poética de Roque Dalton, Alfonso Hernández, Amada Libertad y otros mártires guerrilleros así como de las novelas marginadas de Yolanda C. Martínez. En este libro el autor critica no sólo el silencio de la crítica estadounidense acerca de la producción literaria salvadoreña de la actualidad sino también, y fundamentalmente, la persistencia en la canonización del discurso testimonial. Lara Martínez (1999) orienta su ojo crítico, tanto a la literatura canónica como a aquélla que por mucho tiempo se ha mantenido invisibilizada por los estudios cuya opción preferencial es la literatura de motivo revolucionario.
Hasta el momento este estudioso ha publicado el trabajo más completo sobre la novela salvadoreña en el que abarca autores del período de posguerra. En su estudio sobre lo que llama la nueva novela salvadoreña o la nueva mimesis destaca el carácter autónomo de la novelística salvadoreña que ha abierto un nuevo espacio poético crítico que ha dejado de cumplir funciones pedagógicas o de concientización.
Sus principales propuestas son que como hecho de la escritura la novela ha renunciado al realismo social que caracterizaba el testimonio y que el motivo de la liberación nacional como eje rector teleológico ha dejado de existir. De su estudio pueden identificarse las siguientes características de la novela salvadoreña actual: (1) descripción de la violencia y marginalidad urbana, (2) historicismo (restauración del legado iluminista), (3) renovación del mestizaje americano y (4) un repliegue hacia una esfera más íntima y subjetiva de la reflexión poética.
Lara Martínez (1999) rescata del olvido de la crítica a la novelista Yolanda C. Martínez, una de las precursoras de la literatura femenina en El Salvador y con una producción constante que desnuda el sistema de sumisión de la mujer a la tradición patriarcal.
No obstante el carácter abarcador de este estudio, no agota todas las prácticas escriturales de la posguerra; por lo que su propuesta de caracterización de la novela salvadoreña y su nominación de nueva mimesis debe ser sometida a discusión en el contexto de un corpus más amplio.
Queremos culminar este estado de la cuestión con la referencia a dos de los principales ensayos de Mackenbach: Después de los pos-ismos: ¿desde qué categorías pensamos las literaturas centroamericanas contemporáneas? (s. f.a), y La nueva novela histórica en Nicaragua y Centroamérica (s. f.b). Ambos ensayos contienen una mirada de sospecha con respecto a las tentativas de nominar la literatura centroamericana actual con base en criterios extra-literarios y no en atención al análisis propiamente textual.
En el primero el autor enfatiza la riqueza temática (heterogeneidad) como parte del cambio que se da en la producción de literatura. En cuanto a las clasificaciones actuales de la literatura centroamericana contemporánea, asume una posición crítica. Los acuñamientos literatura posrevolucionaria, posguerra, según el crítico, no son una solución satisfactoria por su carácter extra-literario:
También la clasificación de «posguerra», al igual que «posrevolucionaria», hace abstracción de estas tradiciones, su sobredeterminación por el testimonio y su reaparición en otras circunstancias. Es obvio que estas denominaciones no han llegado a volverse en conceptos que podrían pretender comprender científicamente las literaturas centroamericanas contemporáneas en su diversidad y sus contradicciones. A lo sumo son de naturaleza descriptiva en relación con algunos rasgos comunes de unas obras, sin lugar a dudas importantes –ni más ni menos (Mackenbach, s. f.a).
Además, Mackenbach (s.f.a) piensa que los enfoques centrados en las transformaciones en las estructuras narrativas y las maneras de representación como criterios justificativos de la literatura no han podido demostrarse satisfactoriamente:
Estos autores –en contraposición a Seymour Menton– se han ocupado explícitamente de un análisis de los cambios en las estructuras narrativas y las formas de representación, para justificar su categoría de la literatura de «posguerra», sin embargo, según mi criterio no de manera completamente convincente (Ibíd.).
En el segundo ensayo Mackenbach (s. f.b) ausculta una de las tendencias escriturales en la literatura centroamericana llamada por la crítica nueva novela histórica. En este ensayo el autor establece un diálogo con varios estudiosos del tema, analizando críticamente sus trabajos. Señala que la mayoría de estudios sobre la nueva novela histórica invisibilizan la heterogeneidad y la forma tan diversa en que se da esta práctica escritural, más cercana al post-estructuralismo y al relativismo deconstruccionista.
Esta posición crítica y de sospecha, nos acerca al convencimiento de que las clasificaciones y nominaciones del fenómeno literario actual en Centroamérica no expresan su complejidad concreta, su propio devenir ya que se trata más de un intento de captarlo a pesar de su relación dialéctica (dialógica en palabras de Bajtín) entre la tradición y la ruptura. Así, Mackenbach representa una postura crítica que propone el estudio desde los textos mismos, en su estructura, su variedad temática y estilística admitiendo que éste todavía está lejos de llevarse a cabo.
Reconocemos el carácter polémico de cualquier nombre que pueda dársele a un período literario. Sin embargo, como el mismo Mackenbach (s.f.a) lo sugiere, pensar la literatura salvadoreña actual desde categorías literarias es un trabajo que todavía no se ha hecho. En este punto ya fue expresada nuestra decisión de referir la producción novelística salvadoreña del período que va de 1992 a 2002 como novela de posguerra. Sabemos que se trata de un término un tanto inadecuado y poco preciso desde el punto de vista estrictamente literario. Pero hasta el momento no hemos encontrado otro que sea medianamente más satisfactorio.
Este breve panorama de la crítica literaria nos pone ante un hecho importante en los estudios de la novela salvadoreña: la ficción novelesca atraviesa por un momento de transición y en ella conviven diversas prácticas escriturales que no han sido analizadas en su conjunto. Además de ello no hay un registro historiográfico completo de las novelas salvadoreñas publicadas a partir de los Acuerdos de Paz. Los trabajos que se han podido rastrear, o bien se refieren a obras en particular o a una muestra más general de textos que incluye algunos considerados representativos. Incluso, los trabajos más abarcadores, no obstante sus acertados planteamientos críticos, no establecen de manera fehaciente un sistema que nos permita comprender el fenómeno novelesco de manera más integral.
El énfasis crítico en ciertos textos considerados representativos del período de posguerra ha in visibilizado el otro margen: el de un significativo número de textos novelescos cuyo estudio permitiría un acercamiento más totalizador a la novela salvadoreña en el período de posguerra.
En este orden de ideas, el trabajo que aquí se propone sólo busca llenar una parte del vacío: propone una lectura completa del corpus novelístico como punto de partida para posteriores estudios. Se trata de un trabajo más de historiografía que de crítica, circunscrito a la producción novelística salvadoreña entre los años 1992-2002 que llega a unas cuarenta y una novelas. Esto pasa, en primer lugar por establecer el corpus novelístico del período que se estudia; por la otra, identificar los rasgos distintivos del discurso novelesco.
[1] Ricardo Roque Baldovinos ha explicado de alguna manera las razones de esta predilección en su ensayo La formación del espacio literario en El Salvador en el siglo XIX. Concluye que la poesía circula en las élites como objeto de presunción y como apología de la clase aristocrática. Esta tradición todavía se observa en la primera mitad del siglo XX. Véase http://www.denison.edu/collaborations/istmo/n03/articulos/index.html., en Istmo., No. 3. Consultado en junio de 2004.

[2] Además de estos textos Cortez analiza Trece, de Rafael Menjívar Ochoa; El hombre marcado,
de Álvaro Menéndez Leal y La noche de los escritores asesinos (en Cuentos Sucios, 2001) de Jacinta
Escudos
[3] http://www.itcr.ac.cr/revistacomunicacion/Vol12_2002_Especial/papel_de_la_historia.htm., consultado
en junio de 2005.
[4] Alfredo Espino es el poeta más conocido en El Salvador y el más recitado en la escuela. Sus poemas se destacan por la ternura, el canto a la naturaleza y la desesperación del yo lírico. Su única obra se titula Jícaras tristes.

[5] Los ensayos de Mackenbach son importantes porque abordan la narrativa desde una perspectiva de
sospecha; de crítica a la crítica en su afán de generalizar conclusiones sobre un espacio literario tan
heterogéneo como la narrativa centroamericana y su recurrencia a criterios extra-literarios para
nominarlo.

[6] Nuestro trabajo no aborda la variable calidad estética de la novela salvadoreña de posguerra. Sin embargo, es de anotar que existen varias novelas que tienen una estructura compositiva muy bien lograda. También hay novelas en las cuales se echa de menos un discurso ameno, cautivante y un estilo narrativo bien logrado. Mi punto de vista es que la novela de este periodo no supera a la anterior en cuanto a experimentación artística. Buena parte de las novelas han sido escritas con un estilo periodístico. Se destacan por su estilo depurado, a mi modo de ver, los escritores Waldo Chávez-Velasco, Horacio Castellanos-Moya, Rafael Menjívar, Carlos Castro, Manlio Argueta, Jacinta Escudos, Roberto Castillo, Mauricio Orellana Suárez y Francisco Andrés Escobar.

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