lunes, 6 de julio de 2009

LAS HUELLAS DEL DELIRIO (CAPITULO CINCO-2)

ALGUNAS TENDENCIAS Y RASGOS ESTÉTICOS DE LA NOVELA DE POSGUERRA

Lo planteado hasta este momento permite adelantar una conclusión: la novela de posguerra es un fenómeno heterogéneo tanto temática como estilísticamente. En definitiva, se trata de un género que se ha visto remozado por la diversidad de propuestas estéticas y, además, con un crecimiento cuantitativo prometedor. De esto dan fe las cuarenta y una novelas registradas en el corpus elaborado en este trabajo.
A partir de este corpus es posible atreverse a sugerir por lo menos cuatro tendencias o rasgos estéticos atravesados por una vena realista. Hablamos de (1) renovación del tema histórico, (2) presencia de nuevos ambientes urbanos, (3) tema auto-biográfico de corte costumbrista e introspectivo e (4) intensificación del tiempo y el espacio.
Renovación del tema histórico
El Istmo centroamericano con sus secretos inescrutables todavía es territorio de leyenda. Territorio donde el dato histórico y la ficción casi se identifican. Por ello en el período de posguerra, liberada la palabra novelesca de antiguas ataduras, se vuelve para reconstruir la Historia. En este sentido converge con la propuesta de nueva novela histórica que se desarrolla en la segunda mitad del siglo XX bajo el influjo de las tendencias posmodernas.
La nueva novela histórica se caracteriza porque no sólo se propone re-escribir la Historia; llenar los silencios y los olvidos de la historiografía, sino también porque, a diferencia de la novela histórica tradicional, cuestiona la canonización de hechos y personajes. Los hechos del pasado son para la nueva novela histórica motivos de ficción y de corrección debido a que cuenta cómo pudieron haber ocurrido. De este modo ilumina aquellos lados obscuros de la Historia en donde no llega la luz del historiógrafo.
Por otro lado, el interés por el motivo histórico se ha convertido en una tendencia regional. Grimberg-Pla (2004) señala como características fundamentales de la nueva novela histórica la distorsión consciente de la historia que supera la referencialidad; la intertextualidad y la polifonía que re-inventa el pasado en una gran metáfora (Véase también Mackenbach, s.f.b).
En El Salvador pueden considerarse como novelas iniciadoras de esta tendencia Anastasio: La rebelión de Anastasio Aquino y El Crimen del Parque Bolívar (Montejo, 1989, 1991). La primera re-inventa el escenario de lucha de Anastasio Aquino, cacique indígena y héroe del levantamiento de 1832; la segunda recrea el asesinato del presidente Manuel Enrique Araujo.
En el período que abarca esta investigación (1992-2002) se publican tres obras que pueden ubicarse dentro de la nueva novela histórica: Tierra (Lindo, 1996) Libro de los desvaríos (Castro, 1996) y Ciudad Sin Memoria (Canales, 1996). En estos proyectos narrativos, los personajes de la vida nacional comportan un simbolismo de distinto tipo dentro de los nuevos imaginarios sociales por cuanto son presentados no como construcciones idealizadas por el canon oficial sino como seres más comunes y más corrientes de lo que la memoria colectiva supone.
Las siguientes líneas van orientadas a exponer cómo estos proyectos narrativos auscultan, con un pie en la realidad y otro en la ficción, la vida de ciertos personajes históricos dándonos una visión polémica de lo que pudo haber sido su historia en la Historia, gracias a la innovación técnica, al tratamiento novedoso del material narrativo y, en el caso de Cuidad sin memoria (Canales, 1996), de la rememoración nostálgica de los actos preparatorios de la revolución desde el tiempo de la muerte de las utopías. Las primeras dos novelas deconstruyen el mito que en torno a Pedro de Alvarado y Gerardo Barrios[1] ha creado la Historia oficial y los credos liberales en la conciencia colectiva y nos los presentan más humanos, con sus carencias y sus fortalezas.
No ocurre lo mismo con Ciudad sin memoria, obra que describe, con una especie de romanticismo plano, el ambiente social y político de la década de los cincuenta idealizando la ética revolucionaria de la víspera del conflicto y el papel que jugaron los intelectuales en su desarrollo. Ciudad sin memoria recrea la vida urbana de la década de los cincuenta refiriendo acontecimientos asociados a los gobiernos militares, especialmente al de Oscar Osorio.
Tierra o la historia de Pedro de Alvarado
Tierra (Lindo, 1996) nos ofrece el panorama telúrico del paisaje y la cultura asediados y mutilados por la conquista y donde los presagios indígenas se han adelantado a los acontecimientos. Esa historia está marcada por una visión escatológica de la destrucción. Esta novela, escrita en dos partes con una distancia de aproximadamente cuatro años entre cada una de ellas, fue publicada en forma completa hasta en 1996 por la Dirección de Publicaciones e Impresos. De esta manera se comprende por qué la primera parte no tiene, estructuralmente, una relación directa con la otra sino sólo unos cuantos puntos de contacto que sirven, no obstante, para establecer un diálogo nada equitativo entre conquistadores y conquistados: la voz de los vencedores al principio, interrumpida únicamente por breves extrapolaciones y anacronismos, y la voz de los vencidos con su vida cotidiana y su irremediable aceptación de los hechos, después.
En efecto, la primera parte (Don Pedro de Alvarado va cabalgando) fue escrita entre 1985 y 1989 y publicada hasta en 1992; consta de un prólogo y setenta y tres capítulos; la segunda, Nuestro Señor de los Venados, se publica en la primera edición completa de la obra en 1996; comienza con un poema de cuarenta y un versos, seguido de treinta y siete capítulos más un epílogo donde el narrador somete a juicio la destrucción del patrimonio cultural de la raza indígena.
La obra cuenta por medio de un narrador heterodiegético, el dramático episodio de la conquista de El Salvador, hecho que lleva a un enfrentamiento entre indígenas y peninsulares; se trata de una épica grotesca en la cual Pedro de Alvarado deja estelas de muerte y desolación en todos los territorios indígenas que pisa. En México, Guatemala y El Salvador el conquistador exhibe su bestialidad al convertir los caminos en sitios de muerte. Roba. Asola ciudades y aldeas. Mata a príncipes indígenas y gente común.
Ante la gravedad de las circunstancias, el indio recure al mito y a la magia pero no hay respuesta. En esta obra el tiempo de lo maravilloso se interseca con el tiempo histórico (Fallas, s. f.): el dios Tonatiu ha llegado con sangre y dolor; el vencido no tiene más remedio que aceptar la veracidad de las profecías con respecto de los vencedores.
Ante el horror de la conquista, todo gesto de compasión es socialmente inviable. Por ello Pablo de Alcántara termina loco en una cueva y Otzilen, el brujo, antes de morir, hereda sus conocimientos a su hijo Otzilen, último gran brujo de la historia indígena, los cuales no le sirven para detener el horror y sometimiento de su gente. El último Otzilen será ya, sangre de gente vencida que llevará en sus venas el trauma del olvido y la memoria.
En Don Pedro de Alvarado va cabalgando tenemos una imagen de la historia distinta a la que nos han entregado historiadores como Santiago Ignacio Barberena[2] y Jorge Lardé y Larín con cuyos planteamientos la obra posee intertextualidad. El protagonista es un hombre de Badajoz, empleado de tienda y empedernido jugador de juegos de azar; fantaseador con el pasado de su familia; disfruta las anécdotas de muerte y victoria durante la reconquista española en la cual las cabezas de los moros volaban con todo y turbante al golpe de las espadas cristianas. De origen plebeyo, siempre quiso ser cortesano. Es un hombre desobediente, mentiroso, asesino cruel y despiadado que ríe después de dar muerte a los indios; ordena masacres y pillaje sin el menor de los escrúpulos:
…hizo ensartar en las picas a los ancianos, a las mujeres y a los niños, y sonrió sobre su obra...la escena se repitió una y otra vez. Sus acciones oscilan entre el grotesco heroísmo y el pillaje: traía dos indios y una india, más cuarenta gallinas...Guardaba para sí un caracol de oro y una máscara de turquesa y jade proveniente de un templo (Lindo, 1996: 17, 30).
Por necesidades sexuales Pedro de Alvarado toma mujer indígena y por cálculo político se casa con Doña Francisca de la Cueva, hija de un Conde con influencias en la Corte, gracias a lo cual goza de protección real; muerta Francisca, se casa con Beatriz, hermana de esta última. En ningún momento el conquistador muestra amor por sus mujeres ni por sus hijos; lo único que le satisface es el pillaje (conquista).
La muerte de Pedro de Alvarado no puedo ser menos que patética: después de emprender huida de los indios es atropellado por un caballo que se desbarranca y se lo lleva de encuentro. Pedro va a los infiernos durante cuatrocientos cuarenta y ocho años y después de arrepentirse de sus fechorías, logra el perdón gracias al ruego de sus mujeres. Aquí se evidencia el proyecto idealista del autor empírico que, no obstante su crítica política ante el saqueo y el crimen organizado que sistemáticamente echaron a andar los conquistadores sobre el suelo americano, merecen (y se ganan) el perdón.
La segunda parte de la obra, Nuestro Señor de los venados[3], pretende ser la voz del Otro. La generación Otzilen representa la voz indígena, la palabra del vencido. Otzilen abuelo es portador de una profecía nefasta; aparece brevemente en la primera parte diciendo: Yo, Otzilen, veo el aire de la mañana gris. Ya se han marchado los extranjeros más sé que volverán (Lindo, 1996: 28). Pero él y sus hijos están destinados a dar testimonio del final de los tiempos por su condición de brujos.
Azacualpa es el escenario de la mítica historia donde, además, habitó Topilzín en tiempos inmemoriales. El pueblo, poco a poco pierde su memoria histórica y sólo Otzilen tiene frescos los recuerdos que se le han heredado por medio de la tradición y la reciente conversación con Topilzín que le confiere el secreto de la venida de los Otros. Muerto Otzilen abuelo, su hijo Otzilen se convierte en heredero de la tradición. Pero los sucesos de Cuscatlán lo enferman y muere de melancolía dejándole el espejo de adivinaciones a su hijo Otzilen (Otzilen nieto). En éste culmina el proceso de adaptación de tres generaciones indígenas a las nuevas condiciones, la aceptación del Otro:
No le inquietó demasiado [a Otzilen nieto] la consumación de la conquista pues sabía de antemano que la causa india estaba consumada (así lo dijeron las estrellas) así que no lloró, en ese momento, junto a los suyos, y más bien se alegró de que concluyera la carnicería. Pero ahora lamentaba otra cosa que sus compatriotas no advertían, el progresivo sometimiento de las conciencias (Ibíd., 126)
La raza vencida cuenta a través de Otzilen su propio dolor y la diáspora que significó la conquista. Con Otzilen nieto muere la historia y la memoria se cubre de hiedra.
La obra denuncia implícitamente el saqueo que desde el período colonial se ha suscitado en los países latinoamericanos y la forma en que los poderes modernos aplastan la historia nacional y borran, lo más que se pueda, la memoria indígena. Desde esta perspectiva es una novela política.
Si bien encontramos influencia de las ideas neoplatonianas (Lara-Martínez, 1999), el proyecto desarrolla la idea del eterno retorno, el personaje cínico (el cura que se va a habitar a una cueva y convive con los animales) y la idea de la locura como forma de resistencia ante los valores de la cultura, todas típicamente nietzscheanas[4].
Las líneas entre lo real y lo imaginario son difusas en Tierra. La magia y el mito se mezclan con los horrores de la conquista que trastoca la vida cotidiana del indígena. Otzilen, personaje ficticio, no es más que la imagen de un pueblo condenado a desaparecer con todo y su patrimonio cultural. Toda tentativa de resistencia es inviable y sólo quedan ante el dolor, la locura y el aislamiento:
Eran gente absurda. Fue la mujer la que llevó a los cipotillos a las chozas de los muertos, y les enseñó a los gemelos a vestir los esqueletos... Eran absurdos, y por eso los gemelos, los cipotes de Otzilen e Ipoch, enloquecieron para siempre...Pero los demonios atacaron al cura, y a los gemelos, y no fueron, unos ni otros, astutos como los gemelos de la leyenda, sino que sucumbieron a su engaño, perdiendo, si no el alma, al menos el entendimiento (Lindo, 1996: 150-151).
La novela juega un papel político muy importante pues les confiere voz directamente a los vencidos para que cuenten su testimonio de la conquista y nos digan, a tantos años de silencio, cómo las cosas pudieron suceder; cómo, cuando Pedro de Alvarado cabalga, una estela de muerte se cierne sobre los cielos del istmo y ríos de sangre indígena corren por cuantos caminos pasan los buscadores de oro y gloria en una región donde nadie ya tiene un hermano, una hermana, un primo, un sobrino, que no haya partido para siempre con la marca infame de los esclavos (Ibíd.: 28).
[1] La tesis de López-Bernal es que sobre la figura de Gerardo Barrios ha sido construida por los apologistas del caudillo y alguna parte de los políticos y de los intelectuales de izquierda; que en realidad, Barrios hizo mucho menos de lo que se le atribuye ya que pasó buena parte del tiempo aplacando rebeliones y queriendo aniquilar adversarios. Véase, entre otros trabajos del autor mencionado, su artículo titulado Las municipalidades y la educación. Las escuelas de primeras letras a mediados del siglo XIX. Revista Cultura, No. 93, Mayo-Agosto, 2006. 12-33.
[2] En el Tomo I de la Historia de El Salvador (4ª. Edición, 1980, 217), Santiago Ignacio Barberena nos pinta una figura estilizada y piadosa de pedro de Alvarado; en ella el autor minimiza sus atrocidades y su mirada es hasta de agradecimiento hacia el conquistador. Dice en el capítulo noveno “Yo no creo que D Pedro haya sido un “ingenio divino”; tampoco “un infeliz malvado tirano”...sino uno de esos hombres chapados a la antigua que presentaban inexplicable y extraña mezcla de virtudes heroicas y de instintos brutales; profundamente piadosos y capaces de las más execrables acciones, y que en fin de cuentas se hicieron dignos de que olvidemos sus crímenes y errores, en gracia de los grandes y positivos servicios que prestaron”
[3] El venado fue un animal muy importante en la tradición indígena. Durante la guerra fue insigne el trazo estratégico de una vía segura para transportar las armas a las zonas conflictivas llamada según Eduardo Sancho la ruta del venado. Léase Crónicas entre los Espejos (Sancho, 2003). La cacería indiscriminada ha extinguido esta especie de nuestra fauna. Tierra establece una analogía entre la extinción de esta especie y la destrucción del patrimonio cultural indígena. El factor común: La cacería.
[4] En ASÍ HABLO ZARATUSTRA, Friedrich Nietzsche desarrolla la idea del eterno retorno de lo idéntico. Además léase el episodio el pasar de largo que contiene el diálogo de Zaratustra con el loco de la cueva apodado “el mono de zaratustra”.

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